A la luz de la luna...
Creyó que nadie lo veía.
Se sintió libre.
Se sacó la remera, se tiró al sol y decidió pensar en nada...
Paradójicamente cientos de pensamientos de los permitidos y de los otros se vinieron galopando a su mente.
El trabajo que a veces iba bien y a veces no tanto.
La familia que a veces se disfrutaba y a veces se padecía.
Los amigos que, en ocasiones estaban al pie sin que los llamara y a veces parecía que no hubieran existido nunca.
Esa relación que nunca concretó, por miedo a perderla o a perderse, quién sabe.
De repente, algo pegajoso en su cara hizo que volviera a la realidad. Un labrador, intrigado, decidió investigar en qué consistía ese bulto echado en el piso, con apariencia a esta altura y a esa temperatura, de pollo al spiedo a punto.
Como pudo, logró liberarse del perrito juguetón, aceptando las disculpas de su dueño, que, avergonzado, no sabía qué decir.
Sonrió, se levantó y se dio cuenta de que la tarde había pasado sin que apenas se percatara.
El parque estaba empezando a quedar solitario, el sol comenzaba a despedirse dándole lugar a una hermosa luna llena.
Se resistió a volver a su casa perdiendo esa ansiada sensación de libertad. Al fin y al cabo una noche como esa, merecía un picnic bajo las estrellas.
Se colocó la remera para protegerse de la brisa fresca que ya soplaba, comenzó a caminar hacia su hogar, ansioso, como un niño en víspera de reyes.
Entró corriendo a proponerles la gran aventura.
-¿A esta hora un picnic? - los ojos de su hija lo miraban como si estuviera desvariando.
- Ya está la cena servida- le respondió reprobando su mujer.
Se sentó a la mesa, cenó en silencio frente a los ojos intrigados de su familia. Ese silencio que lo decía todo aunque nadie lo escuchara, porque el benjamín de la familia se ocupaba del bochinche obligado en toda cena familiar. Ese silencio que traducía la tristeza de la soledad en compañía, los proyectos que nunca podían compartirse, la certeza de saber que siempre debía soñar solo...
Ya todos dormían. Con la taza de café en mano, se ubicó en su lugar preferido a esas horas de la noche. Asintiendo con la cabeza, y con lágrimas en los ojos, un único pensamiento lo invadió.
"Ella... ella... seguro que ella hubiera aceptado"
Se sintió libre.
Se sacó la remera, se tiró al sol y decidió pensar en nada...
Paradójicamente cientos de pensamientos de los permitidos y de los otros se vinieron galopando a su mente.
El trabajo que a veces iba bien y a veces no tanto.
La familia que a veces se disfrutaba y a veces se padecía.
Los amigos que, en ocasiones estaban al pie sin que los llamara y a veces parecía que no hubieran existido nunca.
Esa relación que nunca concretó, por miedo a perderla o a perderse, quién sabe.
De repente, algo pegajoso en su cara hizo que volviera a la realidad. Un labrador, intrigado, decidió investigar en qué consistía ese bulto echado en el piso, con apariencia a esta altura y a esa temperatura, de pollo al spiedo a punto.
Como pudo, logró liberarse del perrito juguetón, aceptando las disculpas de su dueño, que, avergonzado, no sabía qué decir.
Sonrió, se levantó y se dio cuenta de que la tarde había pasado sin que apenas se percatara.
El parque estaba empezando a quedar solitario, el sol comenzaba a despedirse dándole lugar a una hermosa luna llena.

Se colocó la remera para protegerse de la brisa fresca que ya soplaba, comenzó a caminar hacia su hogar, ansioso, como un niño en víspera de reyes.
Entró corriendo a proponerles la gran aventura.
-¿A esta hora un picnic? - los ojos de su hija lo miraban como si estuviera desvariando.
- Ya está la cena servida- le respondió reprobando su mujer.
Se sentó a la mesa, cenó en silencio frente a los ojos intrigados de su familia. Ese silencio que lo decía todo aunque nadie lo escuchara, porque el benjamín de la familia se ocupaba del bochinche obligado en toda cena familiar. Ese silencio que traducía la tristeza de la soledad en compañía, los proyectos que nunca podían compartirse, la certeza de saber que siempre debía soñar solo...
Ya todos dormían. Con la taza de café en mano, se ubicó en su lugar preferido a esas horas de la noche. Asintiendo con la cabeza, y con lágrimas en los ojos, un único pensamiento lo invadió.
"Ella... ella... seguro que ella hubiera aceptado"
Comentarios
Aunque no me gusta tomar sol.
Buenísimo, extraordinario texto.
Besos.
Me gustó mucho.
Bsos.
Hermoso relato.
Un beso. Brindo por los que se animan a no resignarse y despiertan la aventura en aquellos con los que conviven.
Por desgracia, historias como ésta, son más comúnes de lo que parece...
Enhorabuena. Me ha gustado mucho la historia.
Besos. Angie.
AMQS...Hola!!!! Como ud dijo..."Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí...".
Uy! Vuelve para hacerme pensar....Y tiene razón...
Angie,. me alegra que te haya gustado...Hay que ver qué hubiera pasado si se hubiera animado a proponérselo...
Muy lindo el relato, Gla!
Y aprovecho para desearte un feliz día mañana!!!
Besoos