15/3/22

Con sabor a tiza

Por un rato volví a sentirme tu maestra.
Por unos minutos, volví a pararme en medio de ese patio, enfrente de ese mástil.
Por un momento, tuve otra vez 22 años, vestí mi guardapolvo blanco y empuñé mis flamantes  ideales.
Miré a mi alrededor y vi a mi lado a mis compañeras. Algunas, hoy, mis amigas.
Más allá, un puñado de chicos alegres, que me llamaban "seño", pidiendo a gritos que mediara en una típica situación de recreo.
Cada fin de ciclo lectivo era una despedida triste. Sentía que te llevabas una parte de mí.
Te despedía deseándote que brillaras, que no te conformaras con otra cosa que no fuera simplemente ser feliz.
Año tras año, las mismas vivencias compartidas con mis alumnos, cada uno ocupando un lugar único e irrepetible en mi corazón de tinta. Recordando viejas anécdotas, con la curiosidad que me provocaba el futuro de cada uno, qué llegarían a ser.

Más de treinta años desde ese paisaje, nuevo para mí en ese entonces; ajeno y nostálgico para mí hoy.
Cincuenta años desde que jugaba por primera vez con mis muñecas en fila, a la maestra que finalmente fui.
Una nena que creció y se rebeló, con los años, a esa vocación. A la que finalmente abrazó en forma entrañable y que fue la razón de su vida, durante mucho tiempo.
Se casó, fue mamá, pero siempre, absolutamente siempre, orgullosamente docente.
Llegó el nunca buscado cargo jerárquico, pero sí elegido, para los últimos quince años de carrera. Aprendí a disfrutarlo y a ser maestra de a ratitos, gracias a la generosidad de mis compañeras que me prestaban a sus alumnos haciéndome extrañar menos el aula.  
Durante esos años las redes sociales hicieron el milagro menos esperado.
Mis alumnos comenzaron a reencontrarse con esa "seño", que según ellos los entendía, a la que necesitaban agradecerle. Y así, comenzaron a aparecer invitaciones para que sea "su amiga".

¡Qué placer poder ver en ese "metro ochenta" los mismos ojitos que en cuarto grado me miraban con curiosidad!
¡Qué loco ser testigo de noviazgos, casamientos, hijos que les llenan la vida!
¡Qué emoción poder llamar a alguno "colega"!

Será que tengo alma de tango, será que la melancolía por momentos me puede, será que los buenos recuerdos me atan inexorablemente al pasado. Será, más bien, que, finalmente, estoy a días de mi retiro definitivo y mi vida se tiñe de nostalgia.
Será por todo eso, que hoy recuerdo a todas y a cada una de las personas que se cruzaron en mi camino durante estos treinta y tres años de profesión.
Será que no sólo empiezo a despedirme del último lugar que me vio con guardapolvo, sino que dejo atrás definitivamente, cada uno de esos pizarrones que escribí, patios que cuidé, caritas que amé y vínculos que me ayudaron a crecer en la profesión y en la vida.  
Será que, con dificultades y todo, si volviera el reloj atrás, jamás elegiría un camino distinto al que recorrí.
Será que no hay nada que pague la emoción de que el trabajo sea, además, un modo de vida.
Porque se es maestro 24/7, como dicen los chicos de hoy. Porque es inevitable ver en cada chico a alguien a quien cuidar y proteger. Porque es imposible no sentir empatía por ese papá preocupado o esa mamá angustiada. Porque los errores de ortografía nos hacen sangrar los ojos hasta en las rede sociales. Porque no hay manera de que no nos salga la maestra de adentro en cualquier situación que la vida nos presente.
Hoy, estoy eligiendo colgar para siempre mi guardapolvo, feliz de sentir que me llevo mucho pero que también di tanto. Quienes me conocen saben que dejé todo de mí y más. Que ya no llevaré delantal pero que mi corazón de tiza seguirá intacto.
Hoy miro para atrás con la satisfacción de la misión cumplida.
Y al girar, veo un camino que se abre, lleno de posibilidades y nuevas inquietudes, que me devuelve la ilusión de lo nuevo, pero con la sabiduría de toda una vida recorrida.
Y hoy soy yo la que se dice a sí misma, que no voy a conformarme con otra cosa que no sea, simplemente, ser feliz. Es una promesa. Lo tengo merecido.